Uno de los trabajos de más responsabilidad en la isla es la del farolero.
Conall es un hombre de avanzada edad y vive en la actualidad en el mismo puerto, solo, sin familia. Las personas que se dedican a estos oficios son taciturnas y solitarias, pero Conall es el extremo de estas definiciones.
Se levanta a media tarde, momento en que come alguna fruta y se dirige en silencio hasta el faro. Allí le esperan las mismas tareas que ayer, antes que ayer y todos los días que recuerda: revisar las notas del encargado del puerto, y comprobar el funcionamiento de las lámparas.
Casi al finalizar la tarde se dirige de nuevo a casa para realizar una comida copiosa y recoger algunas frutas más para pasar la noche.
Antes del anochecer se dirige a lo alto del faro para encender las lámparas que indicaran a los barcos que naveguen de noche de la presencia de la abadía.
Las noches de verano y con los momentos de más calor le gusta pasarse largas horas en el balcón oteando el horizonte en busca de esas pequeñas luciérnagas que son los faroles de los navíos. En invierno prefiere lecturas de libros que relaten historias de antiguos héroes. Sea como sea, todas las noches que recuerda son entre esas paredes rojas y blancas.
Esas noches de verano se imagina navegando en esos barcos que divisa en el horizonte, siendo protagonista de esas historias de héroes que lee en los viejos libros.
Con el amanecer todo vuelve a la realidad, como si la noche hubiera sido un viaje a otro mundo, apaga las lámparas con las primeras luces del día, momento en que vuelve a su casa a dormir y descansar hasta el día siguiente.